viernes, 6 de julio de 2007

LAS SALINAS, CENTRO TIC

LA OPORTUNIDAD DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS APLICADAS A LA ENSEÑANZA


Mi abuela quiso que yo tuviera una educación, por eso no me mandó a la escuela".

Con esta categórica cita de la antropóloga Margaret Mead comienza el libro de Everett Reimer “La Escuela ha muerto. Alternativas en materia de Educación”, resultado de las conversaciones que el autor de la obra había mantenido con el educador y filósofo Ivan Illich.

El polémico y radical autor vienés, Iván Illich, en su obra "La sociedad desescolarizada” aboga por la desaparición de la institución escolar.

Frente a la utopía socialista de una educación universal, gratuita y obligatoria, argumenta que el derecho a aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela y sostiene que la educación universal no es viable por medio de la escolarización.

Para este filósofo, educación y escolarización son conceptos antagónicos, pues la institución escolar no es sino una productora de mercancías con valor de cambio en la sociedad, una institución en la que se benefician más aquéllos que parten con un capital cultural inicial.

Illich reflexiona sobre la manera de promover una educación que “se pregunte en qué condiciones puede florecer la curiosidad de las personas” y propone como alternativas a la escuela un sistema educacional que:

- proporcione a todos aquéllos que deseen aprender, en cualquier momento de sus vidas, el acceso a los recursos educacionales(red de recursos siempre disponibles)

- que posibilite a las personas que saben el compartir con los que quieren aprender

- que dé la oportunidad a todo el que sabe de exponer públicamente sus argumentos, para que sirvan de discusión, debate y aprendizaje.

Cuatro décadas después, se podría decir que ese anhelo de ver agonizar la institución escolar no se ha cumplido, todo lo contrario, puesto que se ha ampliado la escolarización obligatoria a una gran parte de la población de Occidente, los estados ricos gastan cada vez más recursos en ella y los ciudadanos de los países pobres sueñan con uuna escuela para sus hijos.

Pero Illich podría sentir cierta satisfacción al ver que las alternativas que proponía comienzan a cuajar como el sistema más generalizado de acceso al conocimiento, y quizás sonriera irónicamente al comprobar que la pujanza de estas alternativas está relegando a la escuela tradicional de aula con cuatro paredes, profesor, pizarra, tiza y libro, está cuestionando la idoneidad del lugar donde se depositaba el valor eterno de la educación y está conduciendo a que una parte importante de la sociedad confíe más en la escuela como guardería donde dejar a los hijos que como transmisora del saber y de la educación entendida en su sentido más clásico y puro.

Visto así, Illich podría extender, sin remordimientos, el certificado de defunción de la escuela tradicional.

Para los que aún creemos(a pesar de sus deficiencias) en una institución escolar gratuita, universal y obligatoria(que no uniforme) hasta la adolescencia, para los que aún pensamos que la escuela puede y debe beneficiar prioritariamente a los más desfavorecidos socialmente, la preocupación diaria es cómo hacer posible que la escuela funcione, entendiendo que este buen funcionamiento no se va a medir exclusivamente en resultados académicos sino sobre todo, en la constatación cotidiana de que el alumno que va a la escuela tiene ganas de aprender y de que el maestro que sabe, tiene ganas de enseñar.

Todas las medidas organizativas, desde las más tradicionales a las más novedosas, todos los premios y las sanciones, todos los intentos de atraer la atención del alumnado para que escuche atentamente las explicaciones de quien se supone que le enseña, se están mostrando ineficaces frente al desinterés generalizado de los jóvenes hacia ese currículum diseñado por técnicos en la materia que no consigue los objetivos que se propone. La Logse, tras su declaración de principios: "la educación debe servir como mecanismo compensador de las desigualdades sociales", como Saturno, devora a sus propios hijos y propicia el abandono del sistema formativo de aquéllos que proceden de un contexto sociocultural más bajo. Escolarizados durante doce años, saturados de fracasos, huyen de las escuelas sin una titulación mínima, no sin antes minar las posibilidades formativas de aquellos que sí podrían acceder al currículum establecido.

Por otro lado constatamos que estos jóvenes reacios a aprender en el aula son capaces de aprende solos, de sus iguales o de expertos no docentes, todas las cuestiones relacionadas con las nuevas tecnologías, especialmente las relativas a las comunicaciones personales virtuales o las visitas a páginas de la red, invirtiendo en ello el tiempo y los recursos necesarios para satisfacer sus demandas. Dan así el primer paso del aprendizaje en profundidad, un paso voluntario, que es la curiosidad por aprender.

Y por último sospechamos que este autoaprendizaje raramente revierte (especialmente en ciertos sectores sociales) en un desarrollo intelectual, en una formación científica y humanística que capacite al sujeto para desarrollarse como individuo más completo, más preparado en su desarrollo personal y en su inserción laboral.
El chateo indiscriminado, que sustituye en muchos casos a las verdaderas relaciones sociales, la visita sin control de las páginas pornográficas, que ofrecen una imagen sesgada y comercializada de las relaciones sexuales, los sitios que inducen al consumismo desmesurado…parecen ser las actividades más interesantes en la red para estos adolescentes.

Nosotros, como Illich, podríamos preguntarnos cómo puede florecer la curiosidad de los adolescentes y si es posible ofrecer una institución escolar conectada a la vida de los jóvenes, una institución que presente de forma motivadora todos aquellos conocimientos, procedimientos, estrategias y habilidades que los docentes consideramos básicos para la formación cultural de la persona. O dicho con el argot al uso: ¿es posible enganchar a los jóvenes al sistema educativo a través de las nuevas tecnologías?

Es obvio que si la escuela tradicional no es demandada como fuente de aprendizaje y si genera serios problemas a la sociedad que la mantiene, esta escuela va a morir, pero al mismo tiempo habrá que dar a luz otro modelo más acorde con los tiempos.

¿Estarán las nuevas tecnologías como recurso didáctico cotidiano en ese nuevo modelo?
Todo apunta a que así será. Muchos interrogantes se plantean, pero la incertidumbre con respecto a sus resultados no nos debe impedir que subamos a este tren.





LA OPORTUNIDAD DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS EN LOS CENTROS EDUCATIVOS


El próximo curso 2.007/2.008 el centro Las Salinas comenzará a funcionar como centro TIC, con una dotación de 20 aulas equipadas con 15 ordenadores conectados a la red.

Ser centro TIC no implica necesariamente cambios en el proceso de aprendizaje y de enseñanza ni supone por sí mismo mejora alguna en el bienestar de los alumnos ni del profesorado.
La dotación informática y la conexión a red pueden ser utilizadas ocasionalmente por los profesores más expertos en realizar algunos trabajos o pueden descansar tranquilamente en el rincón de las aulas de espaldas al alumnado. Nada de esto produce un cambio real.

Para que un centro TIC pueda consolidarse como un centro que propicia un acceso al conocimiento y un uso del mismo de manera diferente a la tradicional, el profesorado debe asumir el protagonismo, tal como quisiera hacerlo a diario en su labor docente.

El centro TIC nos exige esfuerzos que pueden ser muy difíciles de asumir:

- El primer reto será superar nuestros propios temores. Sabemos manejar la pizarra y el discurso, pero se nos pide que a estas alturas aprendamos a utilizar la red, auténtica desconocida como recurso didáctico para una mayoría. Se nos pide que las herramientas que venimos utilizando con mejores o peores resultados las compartamos o las sustituyamos en el aula por otras herramientas en las que apenas nos hemos iniciado. ¿Cómo enseñar si no sabemos manejar el recurso material?

- En segundo lugar, tendremos que aprender a utilizar la red como recurso educativo, y no como mera fuente de consulta, lo cual requerirá una importante inversión de nuestro tiempo libre y de nuestras energías en actividades de formación y de búsqueda.

- En tercer lugar, habremos de dejar a un lado la desconfianza que en nosotros genera la administración educativa, brillante a veces en propuestas y deficiente casi siempre en estrategias de aplicación, una administración que responsabiliza sistemáticamente a los educadores del fracaso de los cambios educativos.

- Y por último, tendremos que impermeabilizarnos frentes a los discursos cotidianos que nos reiteran que nada sirve para nada, que no hay que pedir peras al olmo. Y habremos de repensar si el olmo son los alumnos, la administración o nosotros mismos en algunas ocasiones.


Un gran esfuerzo, sin lugar a dudas. Pero es evidente que una buena parte del profesorado que ama su trabajo, se siente desconcertado ante los pobres resultados diarios de su labor y se pregunta, como Illich, de qué manera se puede generar la curiosidad por aprender, qué hacer para lograr el interés de los alumnos.

Quizás el uso de las nuevas tecnologías, en principio tan motivadoras, vuelva a provocar ese interés.

Para muchos adolescentes el que su profesor señale sobre el mapa de España el lugar exacto donde se encuentra el Cabo de Gata o el memorizar las comunidades autónomas carece de atractivo, pero podría ser que estos mismos alumnos se mostraran expectantes ante el problema que se les plantea de diseñar un itinerario virtual que les lleve desde sus casas, recorriendo varias comunidades, hasta llegar a las playas almerienses.
Puede ser que estos alumnos pasen olímpicamente de memorizar los huesos y los músculos que intervienen en un determinado movimiento, pero también puede ser que se sorprendan con la anatomía virtual y los juegos interactivos que con ella se pueden realizar.

Seguramente el profesor que plantee así su enseñanza habrá tenido un arduo trabajo previo de preparación de la clase pero lo más probable es que encuentre resultados más gratificantes y recupere el protagonismo en el aula, pues será él quien plantee las cuestiones y quien oriente sobre los recursos de la red de los que van a poder disponer para encontrar la solución al problema. Y a estas alturas de nuestra trayectoria profesional, ya la mayoría hemos aprendido que si en la enseñanza se obtiene alguna gratificación, ésta proviene siempre de los alumnos.

Ahora tendremos la oportunidad de ser nosotros, los profesores, los que guiemos por esos itinerarios virtuales, los que llevemos al alumnado a consultar la biblioteca de la red, los que le propongamos que realicen sus propios itinerarios formativos, profesionales…
Cada uno de nosotros, en su especialidad, deberá asumir el reto de aprender estos nuevos recursos didácticos para seguir siendo el experto que guía a los alumnos.

Ellos esperan un cambio, y nosotros debemos reflexionar sobre la posibilidad de participar en el mismo. De esta manera, quizás podríamos rebatirle a Reimer su dramática declaración sobre la institución escolar.